Fotos murales sobre la historia conjunta de las canteras a lo largo del tiempo.
El mural y la domesticación del monte
“Antes no había nada profe… Eso era puro monte. Lo que había arriba eran canteras. Mi familia vivió mucho tiempo de eso, la gente se levantaba a las 3 de la mañana a sacar arena, de la arena salía la gravilla y la segunda [clase de arena] era mezclada, ya después de eso la gente llegaba en el día y la sacaban. Eso tocaba hacer colleros, le echaban pólvora y apenas decían fuego salíamos a escondernos, porque volaban esas piedras. Y ojo, se venía el barranco rodando del monte”.
El relato de Emma, una de las fundadoras, una mujer trigueña de baja estatura, terminó en el momento en que llegamos a la iglesia del Monte Carmelo. Allí me señaló el mural que habían hecho algunos jóvenes, junto a los líderes y algunos profesores de la Universidad del Bosque, con el objetivo de que los “muchachos” se vincularon más con la historia del Barrio(s). Le pregunté por la mano dibujada en la falda de la montaña. Esta, según Emma, representaba lo que el monte les había dado: el agua de la quebrada y los pozos, la leña para el fuego de la cocina, el poder cultivar, sembrar y cuidar animales… y por supuesto, la tierra para construir los primeros lugares que habitaron: los “ranchos”.
Quise saber más sobre el mural y el porqué de las fechas y los cuadros. Emma me señaló la cantera, representada de color amarillo, y los pequeños rectángulos de color café que se diseminaban a su pie: los campamentos, el verdadero origen del Barrio(s). Sólo a partir de ellos, me aseguró, podía entenderse la posterior historia. Una historia que en el mural aparecía representaba dentro de una especie de “marco”, en el que las imágenes contaban el pasado del Barrio(s) como uno solo, y que se narraba en tres actos y cinco escenas.
El primero de los actos, el antes, me dijo, podía verse en las primeras tres escenas, las de aquellos tiempos en que se trabajaba en las canteras y se vivía en el monte y que aquel mural resumía con tres imágenes de aquella cotidianeidad primera en una tierra que aún estaba lejos de convertirse en el Barrio(s). El trabajo de los hombres en las canteras, me narraba Emma con cierto orgullo, está representado en ese señor de sombrero y ruana que rompe piedras mientras una volqueta, al fondo, sube lentamente la loma. El papel de las mujeres se hace visible en la segunda escena, donde una señora con una falda azul y una blusa roja, cocina con leña en su “rancho”, y en la tercera, con esa señora lavando arrodillada en unas piedras a la orilla del río, mientras los niños juegan, siempre cerca de ella. Después viene el durante, el momento de las luchas y los sacrificios para conseguir el territorio, hacer las casas, tener los servicios públicos y los lugares comunes. Una imagen que quisieron plasmar, me cuenta, a través del trabajo conjunto con las herramientas que estaban al alcance de todos los vecinos que, con sus propias manos, participaron en la construcción del lugar. La última de las escenas, representaba el después, los barrios urbanizados y legalizados, entrando a formar parte de la ciudad, con unos pequeños cuadrados cafés que eran las casas y unos rectángulos algo más grandes: los edificios. Las fechas, me dijo Emma para concluir su relato, se las inventaron, al fin y al cabo, lo importante era que el mural mostrara de dónde venían.
Quizás mi primer encuentro con el mural no me hizo caer en cuenta de la importancia del monte. Pero, poco a poco, en mis conversaciones posteriores con los fundadores y los líderes, tomé conciencia de cómo este era el “marco” que siempre estaba en sus narraciones y que los vinculaba directamente con un pasado que no era tan lineal como el mural, sino bastante más complejo. Ese monte era el lugar al que llegaron y que comenzaron a habitar. Unas montañas que se elevan desde la llanura de la carrera 7 y que se extendían –y aun se extienden- hasta la zona de la Calera. Un bosque de pino, plagado de árboles con sus diferentes matices de verde y de piedras marrones… Colores que cambian y toman tonalidades diferentes, dependiendo del lugar por donde se camine y que se transforma radicalmente con la proximidad de las canteras y su estructura de piedras gigantes de diferentes tamaños, texturas y tonos amarillos. Este fue el monte al que llegaron y que paulatina y colectivamente fueron interviniendo, con el objetivo de transformar parte de esa naturaleza “salvaje” en su lugar. Un proceso que se relacionada con la “domesticación del espacio”, de la que hablan Duhau y Giglia (2008), y que incluye, además, procesos socioculturales.
Algunos autores utilizan la territorialización del espacio para hablar de esta apropiación, pero el concepto en su trasfondo tiene un énfasis más de tipo político. Por el contrario, el concepto de la domesticación del espacio que utilizan los autores tiene un componente más simbólico y cultural que se acerca más a lo que quiero trabajar.
El monte y la extracción en las canteras eran el punto de origen y la razón por la que los fundadores y líderes me hablaron en tantas ocasiones de una identidad común, de un sentido de pertenencia y de la forma como ellos eran en realidad “un solo barrio”, pese a estar divididos en cinco barrios con diferentes nombres. La transformación de este monte mediante la construcción de sus casas, se convertía, en palabras de los fundadores con los que tuve la oportunidad de conversar, en el escenario que les recordaba sus luchas pasadas y actuales por el territorio y la obtención de recursos. Un referente permanente de un antes, cuando llegaron y no había “nada” pero que ahora se transformó y se “llenó” para convertirse en un “monte domesticado”, diferente de ese “monte que no está transformado” como ese que ahora, me decía Emma señalando a la distancia, se puede ver por allá, mucho más arriba de la montaña.
Estas conversaciones hicieron evidente para mí la manera cómo la producción de ese “monte domesticado” desde las experiencias de sus habitantes, debían pasar por la comprensión de un pasado, pues este hace parte de la construcción del espacio del Barrios(s) en el presente. El hecho, además, de que a la hora de hacer el mural hubieran optado por inventarse unas fechas aproximadas para tratar de ordenar linealmente ese pasado se relaciona sobre cómo este no es una verdad fáctica, sino que se funda en la experiencia de realidades acontecidas, transformadas en recuerdos personales y colectivos. Por las que el pasado es transmitido por recuerdos, memorias, historias y narraciones que son maleables y en las que pueden existir versiones dominantes en el presente que están en disputa con otras versiones del pasado. (Notas de campo, enero 2016. Ver Tesis Pulido-Chaparro, 2009.
Entre las versiones dominantes del pasado de los barrios están las de sus fundadores ver almanaque pintoresco