¿Por qué se llama el Convite Urbano?
El convite es la acción y efecto de convidar en torno a una fiesta con comida y espacios para compartir. En este Convite Urbano están convidados a reunirse, a reflexionar en y sobre la ciudad, a construir nuevas formas de imaginar y representar la ciudad y a establecer redes aquellos actores que viven, experimentan y practican la ciudad.
¿De qué se trata este primer Convite?
En el primer convite urbano estamos reflexionando, representando e investigando sobre barrios de autoconstrucción consolidados en Bogotá ubicados en una zona privilegiada de la ciudad. Un trabajo que también nos invita a superar la polémica de la "ciudad formal, ordenada y planificada" frente a la "ciudad informal, desordenada y caótica", para así, como señala Ananya Roy (2005), lograr un mayor reconocimiento de la complejidad y la naturaleza paradójica de la vida urbana.
¿Por qué el ambiente digital del Convite tiene forma de cuaderno?
El cuaderno es el objeto y concepto que representa el puente interdisciplinario y de construcción de conocimientos sobre la ciudad. El cuaderno es el compañero permanente del artista, dibujante e ilustrador, en el que guarda sus primeros bocetos; el arquitecto lo usa como una forma básica de comunicación en el que imagina, representa y registra la ciudad; para el maestro de obras es el lugar en el que hace anotaciones sobre el tamaño de la vivienda, los materiales, la plata que se necesita; para el antropólogo, el diario de campo es un instrumento indispensable para registrar los diálogos con la gente, sus descripciones, preguntas interpretaciones de investigación; para el viajero es una herramienta para recordar los lugares a visitar y preservar sus memorias de los lugares que ha recorrido.
El cuaderno también representa el proceso de elaboración en sí, que se construye, que se transforma, modifica, como las mismas casas de autoconstrucción, que están en constante construcción, que tienen un carácter incompleto y/o de indeterminación.
Estas casas son construidas con la colaboración y participación de diferentes manos, como este cuaderno que está hecho y elaborado por diferentes manos y voces, que tejen, piensan y reflexionan en cómo representar, construir y divulgar la investigación urbana, al tiempo que seguimos construyendo conocimiento con la gente en la ciudad.
¿Qué puedes ver en el cuaderno del Convite Urbano?
Al pasar por cada página usted verá un ensamblaje de diferentes narrativas, textuales, visuales, sonoras, digitales, en las que se informará, reflexionará, pensará o imaginará los barrios de autoconstrucción consolidados y la ciudad de Bogotá.
Al adentrarse en él, se encontrará con el cuaderno de un dibujante, de un arquitecto, de un maestro de obras, de un etnógrafo, de un viajero o de caminante de la ciudad, o del conjunto de ellos; y en el que, además, se le convida a que haga parte con su lectura, comentarios, a que nos contacte y, tal vez, en un futuro se anime a nuevos convites que se construyan en torno a la ciudad.
Fotos murales sobre la historia conjunta de las canteras a lo largo del tiempo.
“Antes no había nada profe… Eso era puro monte. Lo que había arriba eran canteras. Mi familia vivió mucho tiempo de eso, la gente se levantaba a las 3 de la mañana a sacar arena, de la arena salía la gravilla y la segunda [clase de arena] era mezclada, ya después de eso la gente llegaba en el día y la sacaban. Eso tocaba hacer colleros, le echaban pólvora y apenas decían fuego salíamos a escondernos, porque volaban esas piedras. Y ojo, se venía el barranco rodando del monte”.
El relato de Emma, una de las fundadoras, una mujer trigueña de baja estatura, terminó en el momento en que llegamos a la iglesia del Monte Carmelo. Allí me señaló el mural que habían hecho algunos jóvenes, junto a los líderes y algunos profesores de la Universidad del Bosque, con el objetivo de que los “muchachos” se vincularon más con la historia del Barrio(s). Le pregunté por la mano dibujada en la falda de la montaña. Esta, según Emma, representaba lo que el monte les había dado: el agua de la quebrada y los pozos, la leña para el fuego de la cocina, el poder cultivar, sembrar y cuidar animales… y por supuesto, la tierra para construir los primeros lugares que habitaron: los “ranchos”.
Quise saber más sobre el mural y el porqué de las fechas y los cuadros. Emma me señaló la cantera, representada de color amarillo, y los pequeños rectángulos de color café que se diseminaban a su pie: los campamentos, el verdadero origen del Barrio(s). Sólo a partir de ellos, me aseguró, podía entenderse la posterior historia. Una historia que en el mural aparecía representaba dentro de una especie de “marco”, en el que las imágenes contaban el pasado del Barrio(s) como uno solo, y que se narraba en tres actos y cinco escenas.
El primero de los actos, el antes, me dijo, podía verse en las primeras tres escenas, las de aquellos tiempos en que se trabajaba en las canteras y se vivía en el monte y que aquel mural resumía con tres imágenes de aquella cotidianeidad primera en una tierra que aún estaba lejos de convertirse en el Barrio(s). El trabajo de los hombres en las canteras, me narraba Emma con cierto orgullo, está representado en ese señor de sombrero y ruana que rompe piedras mientras una volqueta, al fondo, sube lentamente la loma. El papel de las mujeres se hace visible en la segunda escena, donde una señora con una falda azul y una blusa roja, cocina con leña en su “rancho”, y en la tercera, con esa señora lavando arrodillada en unas piedras a la orilla del río, mientras los niños juegan, siempre cerca de ella. Después viene el durante, el momento de las luchas y los sacrificios para conseguir el territorio, hacer las casas, tener los servicios públicos y los lugares comunes. Una imagen que quisieron plasmar, me cuenta, a través del trabajo conjunto con las herramientas que estaban al alcance de todos los vecinos que, con sus propias manos, participaron en la construcción del lugar. La última de las escenas, representaba el después, los barrios urbanizados y legalizados, entrando a formar parte de la ciudad, con unos pequeños cuadrados cafés que eran las casas y unos rectángulos algo más grandes: los edificios. Las fechas, me dijo Emma para concluir su relato, se las inventaron, al fin y al cabo, lo importante era que el mural mostrara de dónde venían.
Quizás mi primer encuentro con el mural no me hizo caer en cuenta de la importancia del monte. Pero, poco a poco, en mis conversaciones posteriores con los fundadores y los líderes, tomé conciencia de cómo este era el “marco” que siempre estaba en sus narraciones y que los vinculaba directamente con un pasado que no era tan lineal como el mural, sino bastante más complejo. Ese monte era el lugar al que llegaron y que comenzaron a habitar. Unas montañas que se elevan desde la llanura de la carrera 7 y que se extendían –y aun se extienden- hasta la zona de la Calera. Un bosque de pino, plagado de árboles con sus diferentes matices de verde y de piedras marrones… Colores que cambian y toman tonalidades diferentes, dependiendo del lugar por donde se camine y que se transforma radicalmente con la proximidad de las canteras y su estructura de piedras gigantes de diferentes tamaños, texturas y tonos amarillos. Este fue el monte al que llegaron y que paulatina y colectivamente fueron interviniendo, con el objetivo de transformar parte de esa naturaleza “salvaje” en su lugar. Un proceso que se relacionada con la “domesticación del espacio”, de la que hablan Duhau y Giglia (2008), y que incluye, además, procesos socioculturales.
Algunos autores utilizan la territorialización del espacio para hablar de esta apropiación, pero el concepto en su trasfondo tiene un énfasis más de tipo político. Por el contrario, el concepto de la domesticación del espacio que utilizan los autores tiene un componente más simbólico y cultural que se acerca más a lo que quiero trabajar.
El monte y la extracción en las canteras eran el punto de origen y la razón por la que los fundadores y líderes me hablaron en tantas ocasiones de una identidad común, de un sentido de pertenencia y de la forma como ellos eran en realidad “un solo barrio”, pese a estar divididos en cinco barrios con diferentes nombres. La transformación de este monte mediante la construcción de sus casas, se convertía, en palabras de los fundadores con los que tuve la oportunidad de conversar, en el escenario que les recordaba sus luchas pasadas y actuales por el territorio y la obtención de recursos. Un referente permanente de un antes, cuando llegaron y no había “nada” pero que ahora se transformó y se “llenó” para convertirse en un “monte domesticado”, diferente de ese “monte que no está transformado” como ese que ahora, me decía Emma señalando a la distancia, se puede ver por allá, mucho más arriba de la montaña. Estas conversaciones hicieron evidente para mí la manera cómo la producción de ese “monte domesticado” desde las experiencias de sus habitantes, debían pasar por la comprensión de un pasado, pues este hace parte de la construcción del espacio del Barrios(s) en el presente. El hecho, además, de que a la hora de hacer el mural hubieran optado por inventarse unas fechas aproximadas para tratar de ordenar linealmente ese pasado se relaciona sobre cómo este no es una verdad fáctica, sino que se funda en la experiencia de realidades acontecidas, transformadas en recuerdos personales y colectivos. Por las que el pasado es transmitido por recuerdos, memorias, historias y narraciones que son maleables y en las que pueden existir versiones dominantes en el presente que están en disputa con otras versiones del pasado. (Notas de campo, enero 2016. Ver Tesis Pulido-Chaparro, 2009. Entre las versiones dominantes del pasado de los barrios están las de sus fundadores ver almanaque pintoresco
Fotos murales sobre la historia conjunta de los barrios a lo largo del tiempo.
Unas montañas que se elevan desde la llanura de la carrera 7 y que se extienden hasta la zona de la Calera un bosque lleno de árboles de diferentes tonalidades de verde y piedras marrones. Unos colores que cambian y toman tonalidades diferentes, dependiendo del lugar por donde se camine. Un lugar que se transforma cuando se aproxima a la Cantera, una estructura de piedras gigantes de diferentes tamaños, texturas y tonalidades de amarillos, que, aunque totalmente diferenciada del cerro, es parte esencial de la montaña según los pobladores de los barrios. Una relevancia que se relaciona con que fue precisamente en la cantera donde consiguieron trabajo, extrayendo, triturando y explotando las piedras, cimentando el lugar de sus futuros hogares.
En este sentido, Rosa expresa que “lo que había arriba eran canteras y se rompían piedras. Mi familia vivió mucho tiempo de eso, la gente se levantaba a las 3 de la mañana a sacar arena, de la arena salía la gravilla y la segunda {clase de arena} era mezcladas, ya después de eso la gente llegaba en el día y la sacaban” .
Lola explica la práctica al explotar la cantera, “tocaba hacer colleros, le echaban pólvora y apenas decían fuego salíamos a escondernos, porque volaban esas piedras duro, ojo se venía el barranco rodando (…)Ese material lo recogían poco a poco.
“Las volquetas hacían 3-4 viajes al día”. Por tanto, la montaña tomaba vida en sus relatos, le atribuían agencia, la percibían viva, agitada; unos movimientos, “latidos”, que generaban tanto los materiales de su subsistencia como derrumbes, deslizamientos, muertes. En este sentido, Tito insiste en que “al monte uno le tiene que tener su respeto”, porque igual que da quita, como en el caso de Anita y María, quienes perdieron a sus maridos arriba en la cantera: “mi esposo {el de Anita} se vino un día a trabajar acá en la cantera, y un día de un momento a otro le cayó el derrumbe, lo tapo y me tocó quedarme sola con mis 4 hijos”.
Lo mismo le ocurrió a María: “yo con mi esposo duramos como 6 meses y se le vino una piedra y lo cogió y lo mató”.
Pero también fue aquí, en el monte, cerca de las canteras, donde construyeron los primeros lugares que habitaron, los “ranchos”, hechos de lata y paja. Y junto a la extracción de la tierra, trajeron y criaron animales, sembraron en la tierra, recogieron leña para cocinar , comenzaron a pasear por la montaña, convirtiéndola en su lugar de recreo, se casaron, tuvieron hijos… En definitiva, el monte se fue convirtiendo en su “hogar”. (Mayo 2014, Pulido-Chaparro)